Cómo nos conocimos (versión andre)

Era Agosto del 92 y llovía… mucho.

Por ese entonces yo tenía 24 años, unos cuantos kilos menos y las mismas tetas. No es que fuera, guau, terrible potra, pero tenía mis encantos.


Era un muy buen momento profesional para mí y entre las múltiples actividades que llevaba adelante se encontraba la de dictar un taller de ingreso a locución en el estudio de un amigo.


Siempre amé la docencia, es un privilegio poder despertar en otros la pasión por una vocación. Bueno, encarado de esa manera también es un riesgo, porque por lo general los alumnos se enamoran de la profesora.


No es que esté mal, al contrario, si las clases están bien dadas, todos deberían enamorarse del profesor, claro que pasado el primer mes por lo general la pasión se debiera trasladar solamente a la materia. Lo que el profesor no debe creer es que esa fascinación es propia y ceder ante los avances del alumnado, porque hay una relación de poder en la que el alumno es más vulnerable.


Disculpen la digresión filosófica pero yo, que en ese momento era bastante, como decirlo, ¿Puta? ¿Trola? ¿Gamberra? ¿Turrita? ¿sexualmente abierta? Elijan ustedes. Pero por más “sí fácil” que tuviera, había una regla autoimpuesta que seguía a rajatabla: “Nunca jamás con un alumno/a”


Pero como toda regla tiene su excepción, más tarde que temprano me rendí ante ella. Aún la recuerdo con el buzo amarillo buscando ser la mejor alumna con una insistencia que yo eludía, y eludía…hasta chocar de frente un 18 de octubre hace 17 años atrás.


Parece mucho, para mí, fue la semana pasada.


El curso duró poco y de ahí en más es tanto lo que yo aprendí de ella que siempre agradezco que no tenga la misma regla que yo.